Decir algo de Luc Besson puede sonar cansino o repetitivo, director de amores y odios que ha firmado películas tan interesantes como «The fifth element» (El quinto elemento, 1997) o Leon, 1994, y otras tan poco estimulantes como The messenger: The story of Joan of Arc (Juana de Arco, 1999). Irreverente e iconoclasta, Besson ha sabido moverse por unos terrenos claramente personales que le han traído buenas y malas críticas, pero, desde luego, es su camino. En Angel-A volvemos a reconocer a Besson, menos histriónico y más intimista en un cuento que bien puede ser de hadas y que tiene su mejor virtud en algo que cada vez aprecio más, la mezcla de estilos. Porque esta cinta parece un cuento y un drama, una comedia y, por veces, algo diferente. Ese blanco y negro, sin embargo, lo veo como un guiño a las comedias románticas de los cincuenta, ese blanco y negro que quedará en la memoria por Roman Holiday (Vacaciones en Roma, 1953). Ese blanco y negro porque hay cine negro y cine blanco en esta personal producción. En esta ocasión el viaje es por un París que nos cuenta otro viaje más radical e intimista, el viaje al interior de uno mismo para encontrar su verdadera salvación. En ese disparatado pero crucial camino, un excelente Jamel Debouzze se encuentra con su propio alter ego, grotesco y angelical, desmesurado y carnal, que le ayudará en ese viaje, interpretado para la pantalla por Rie Rasmussen.
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